17 de julio de 2008

Cuando dejé de llamarme Leo...

Dedicado a la gente de Locos por el Arco

Las cosas se me torcieron hace unas diez semanas. Mis colegas me dejaron atrás sabiendo que aquello sería mi perdición, pero no les culpo por ello. Después de todo, hace años que aquí lo que impera es el "sálvese quién pueda". Nadie pone en duda mi gran habilidad con el arco, pero en las distancias cortas no te sirve de mucho. Me hubieran hecho falta la navaja de Rodri, la espada de Lorena, o la pistola de Javi. Pero ellos eran precisamente los que corrían calle arriba sin mirar atrás y pronto desaparecieron de mi vista dejándome a merced de los Sin Techo, para los que fui presa fácil. No tardaron ni un minuto en abalanzarse sobre mí y poco después perdí el conocimiento a consecuencia de la paliza que me propinaron. Cuando desperté, apenas llevaba lo puesto. Y ya podía dar gracias. Porque desde mi piso había podido ver a más de un desgraciado caminando calle abajo en cueros. Eso sí que debía de ser una putada. Me preguntaba quién de ellos se habría llevado mis cosas, empezando por el arco. Fijo que ya habría encontrado mi piso y se habría adueñado de todo: de la propia casa, los electrodomésticos, los amigos... e incluso de mi novia. Bueno, Ana, que siempre ha estado en las nubes, no creo que ni note la diferencia. Quizás un día le llame Leo por error y cuando él le diga que no, que se llama de esta otra forma, ella caiga en la cuenta de que una vez tuvo un novio llamado Leo. Y hasta se preguntará desconcertada qué pudo haber sido de él, es decir, de mí. Pero pronto se aplicará ese "a otra cosa mariposa", que se le ha dado siempre tan rematadamente bien, y me mandará a la papelera de reciclaje sin pensárselo dos veces. Tampoco se lo reprocho: nunca le presté demasiada atención.
En resumidas cuentas, que ahora soy un Sin Techo cualquiera. Sólo que siendo uno de ellos, por más buenos que sean esos otros que un día fueron colegas tuyos, no dudas en tacharles de malos ahora que estás en el equipo contrario. Porque, sin saber cómo, tú siempre tienes que estar en el bando de los buenos. Es decir, ahora los malos son los buenos y viceversa. En fin, que si es lioso para vosotros, imaginaos para mí. De la noche a la mañana te encuentras con que duermes debajo de un puente y andas al acecho de esos otros que hacen pequeñas incursiones para aprovisionarse. Ese es su problema, su debilidad. Siempre tienen que acabar bajando y tú les esperas aquí con el arco, la flecha, o lo que tengas más a mano. Para arrebatarles todo y volver a escalar esos puestos en la sociedad, que te permitan vivir en el mundo de arriba, donde la gente tiene piso, familia, electrodomésticos... y todas esas cosas que hacen la vida un poco más soportable.
El hecho es que hace unos 8 años las cosas dejaron de ser como siempre habían sido. Hubo un antes y un después de algo a lo que llamaron "el accidente", cuyos detalles nadie de por aquí conoce. Sólo que el antes parece tan irreal ahora que ni siquiera puedo creer que fuera otra cosa que una película de ciencia ficción. De un día para otro pasamos de estar en el Primer Mundo a estar en el Cuarto o el Quinto. Incomunicados, sin electricidad ni agua corriente... Lo impensable. Te acomodas a un tipo de vida y eres incapaz de pensar que un día las cosas pudieran haber sido diferentes o que puedan cambiar. Luego cambian y siempre es una sorpresa desagradable para la que no estás preparado. Pero te acabas adaptando.
Por algún motivo, decidieron dejarnos a nuestra suerte. Toda forma de autoridad desapareció sin dejar rastro. Evidentemente, ha habido muchos rumores al respecto. Unos dicen que hemos sido víctimas de una epidemia y que han puesto a la ciudad en cuarentena permanente. Otros afirman que están experimentando con nosotros, que sólo quieren averiguar cuánto tiempo tardaremos en eliminarnos los unos a los otros. La falta de tele nos ha vuelto unos salvajes, no porque nos educara, sino porque el tedio te puede llevar a hacer auténticas barbaridades.
Si hemos subsistido todos estos años es gracias a los chinos. No sé cómo se lo han montado, pero ellos siguen funcionando como si nada hubiese pasado. Sus todo a lo que sea, sus restaurantes, sus mafias, sus dvds pirateados, sus adornos horteras... y sobre todo esos platos solares que ponen en marcha nuestros viejos electrodomésticos y equipos electrónicos, que son el único lujo que nos queda a unos pocos. Los edificios de la ciudad, viejos y decadentes, aparecen plagados de sartenes de todos los tamaños y colores que cuelgan de balcones y ventanas, como brazos tratando de atrapar la ansiada energía solar.
Aquí vivimos o morimos como podemos. Robando de aquí y de allá para poder pagar a los chinos, convirtiendo nuestras casas en pequeños fuertes. Asaltando los de otros y protegiéndonos de los Sin Techo, que no se sabe de donde han salido, pero que son muy numerosos. Ya no te atreves ni a salir a la calle y las pocas veces que lo haces, sales armado y nunca solo. Rodri, Lorena, Javi y yo éramos el Cuarteto de la Muerte. Cuando salíamos de casa, armados hasta las cejas, parecíamos unos putos super héroes. Si hasta me lo llegue a creer y todo. Que éramos invencibles. Pero hace diez semanas todo aquello pasó a ser historia: el hecho era que estaba en la calle y que otro estaba ocupando mi lugar. Pensé que tenía que intentar recuperar mi vida a costa de lo que fuera. Pero para poder hacerlo tenía que agenciarme otro arco, así que tuve que buscarme un curro.
Tras superar un complicado proceso de selección de personal, me puse a trabajar fregando platos en un restaurante chino. Trabajaba doce horas diarias y me sentía un poco explotado, pero pensaba que el fin justificaba los medios y me tragaba mi orgullo. Claro que con esa mierda de sueldo que ganaba, no podía aspirar a un Tomahawk como el que me había regalado mi abuelo. Mucho antes de perder la chaveta en un geriátrico donde afirmaba que hacía viajes en el tiempo desde la ducha de su cuarto. Tendría que apañármelas con un arco de plástico del súper chino con el que disparar los palillos del restaurante. Pero soy tan increíblemente bueno que incluso bajo condiciones adversas puedo armarla bien gorda. En mi escaso tiempo libre me dedicaba a observar los movimientos del impostor desde la acera de enfrente. El nuevo Leo ni siquiera se me parecía, pero no eso no suponía ningún problema para nadie. Y menos para Ana, que parecía más enamorada que nunca. Reconozco que hasta me dolió un poco.
"Es enfermizo", me dijo Laura, mi compañera de trabajo. "Olvídate de lo que eras y sigue con tu vida."
Pero aunque sabía que tenía razón, no podía quitármelo de la cabeza. Encima el muy capullo hasta hacía sus primeros pinitos con mi Tomahawk. Practicaba disparando a los gatos del edificio de enfrente. Hirió a varios de ellos, antes de que escarmentaran y decidieran mudarse a otro tejado. Lo cierto es que cada vez que le veía tensar mi arco, se me revolvía el estómago.
No son mala gente los Sin Techo. Sobre todo una vez que aprendes a pasar por alto sus defectos físicos. A unos les sobran dedos, a otros les faltan brazos y los hay que tienen tres ojos. Laura, que parece que tiene todo en su sitio, está hasta buena y todo. Como la mayoría de ellos, no tiene pasado. O no quiere tenerlo porque fue incluso peor que esta pesadilla en la que trabaja como una esclava para acabar durmiendo debajo de un puente.
Cuando se dió cuenta de que no cejaba en mi empeño por recuperar esa otra vida de la que tanto hablaba, se ofreció a echarme un cable. Me presentó a sus amigos y me propuso unirme a ellos: Linsai, el camarero chino aficionado a las artes marciales; Miguel que afirmaba que era un hacha con el cuchillo, pero que no era capaz ni de cortarse un filete; la propia Laura que se me presentaba como campeona de lucha libre... y yo mismo, que acababa de bautizarme como Unai para diferenciarme del otro, con mi flamante arco de plástico rosa. Éramos como el Cuarteto de la Muerte, pero en malos. No por ser unos Sin Techo, sino por lo patéticos que resultábamos. No teníamos ropa chula, teníamos enormes ojeras por la falta de sueño y éramos lentos en nuestros movimientos. Propuse algunas actividades para mejorar nuestro rendimiento, pero todo el mundo se saltaba los ensayos. Les dije que si nos cruzábamos con el auténtico Cuarteto de la Muerte, liderado por el falso Leo, nuestra mejor y única opción iba a ser echar a correr como locos. Los demás parecían más optimistas y al poco propusieron una primera salida para ponernos a prueba. Estaban tan emocionados como si fuéramos un grupo de rock que iba a tener su primer bolo. Yo sólo me esperaba abucheos y alguna que otra hortaliza. Y, sin embargo, no nos fue tan mal. Claro que atacamos a un pobre desgraciado que había bajado solo y armado con un simple bate de béisbol. Le quitamos dos o tres cosas por llevarnos algún trofeo y le dejamos que volviera con su familia. Después de todo, no éramos tan malos. Nuestros siguientes ataques fueron algo más espectaculares y nos fuimos haciendo un nombre en el barrio. La gente nos saludaba por la calle y hasta nos pedían autógrafos. Por las noches soñaba una y otra vez con ese combate mortal que debía enfrentarnos a Leo y sus secuaces. La mayoría de las veces nos machacaban, otras huíamos despavoridos y en algunas ocasiones, pero pocas, incluso ganábamos. Entonces desenmascaraba al impostor, recuperaba mis pertenencias y Ana me imploraba perdón entre sollozos: no entendía cómo había sido incapaz de confundirme con el otro. Si ni siquiera nos parecíamos. Pero yo me daba el gustazo de echarla a patadas de casa y me traía en su lugar a Laura, con la que veía un screener desde mi viejo portátil con autonomía de media hora. Me encantaba ese sueño.
Como todas las cosas importantes, el gran día llegó sin previo aviso. Esa mañana fui a trabajar igual que siempre. Bromeé con Linsai cuando entré por la puerta del restaurante y Miguel, que trabaja de pinche, me contó un chiste muy malo tras el cual tuve que fingir una risa estúpida. Laura, más callada que de costumbre, me sonreía desde su fregadero. A medianoche los cuatro nos encontramos en la parte de atrás, como de costumbre, y decidimos ir a dar una vuelta. Las calles oscuras sólo estaban iluminadas por la luz de la luna y alguna que otra fogata en torno a la cual se reunían sombras silenciosas. Entonces les vimos. Y ellos a nosotros. Ocho figuras dispuestas a saltar unas sobre otras hasta matarse. Durante unos segundos largos nos observamos desde la distancia. Como si pusiéramos en duda si el sacrificio valía la pena. Pero el falso Leo lo rompió lanzando una de sus flechas. Fue directa al corazón de Miguel, que cayó al suelo como un saco de patatas. Laura, que rescató su cuchillo del suelo, lo lanzó con tal rabia, que tuvo el acierto de inhabilitar el brazo con el que Javi disparaba. Javi, la de pulsos que le habré echado a su brazo. Lleno de una ira totalmente irracional, vació el cargador disparando con la mano izquierda. Evidentemente no hizo ningún blanco y salió de allí corriendo entre sollozos. Rodri y Linsai se enzarzaron en una pelea. Y Laura se atrevió a enfrentarse a Lorena, pese a que llevaba todas las de perder. Mi arco de mierda se quebró tras lanzar tres palillos. Dos de ellos fueron a parar a la frente de Leo y de ahí al suelo. El tercero se clavó en su ojo izquierdo. Pensé que eso debía de haber dolido, pero el tipo ni se inmutó. Me miraba con una mezcla de desprecio e ira. Sabía perfectamente quién era yo y que su única salida era aniquilarme. Tiró el arco al suelo y se me abalanzó encima, igual que la primera vez. Sus brazos rodearon mi cuello con fuerza, quitándome el aire. Traté de zafarme, pero sentía que me ahogaba y pensé en dejarme llevar. Total, era un viaje que a todos nos tocaría hacer tarde o temprano. Sin embargo, cuando pensaba que estaba llegando mi fin, sus brazos perdieron fuerza de repente y me vi liberado de ellos sin saber ya si aquello era malo o bueno. Miré desconcertado a mi alrededor y por un momento no pude dar crédito a mis ojos. Mi abuelo estaba de pie junto a nosotros y sujetaba aún en la mano la piedra con la que había derrumbado a aquel coloso. Me ayudó a reincorporarme y mientras me abrazaba creí volver a ser ese niño al que le acababan de regalar aquel Tomahawk que le venía tan grande, mucho antes del accidente y de tantas otras cosas. Cuando me recompuse le dije que me alegraba saber que nunca había perdido el juicio. "¿Qué tal es eso de viajar en el tiempo?" le pregunté. "No está mal," me contestó, "pero personalmente me siento más cómodo viajando hacia el pasado. Así que no esperes verme de nuevo. Sólo quería que recuperaras tu arco. Ahora ya puedes seguir con tu vida, Leo." Había estado a punto de decirle que ahora me llamaba Unai, pero no lo hubiese entendido. Al poco desapareció y ya no estuve seguro de si aquello no había sido más que una alucinación fruto de la conmoción. Sin embargo, la piedra seguía ahí, junto a la cabeza de Leo. Yo sujetaba mi arco con fuerza y miraba embobado sin saber qué hacer. "Toma," me dijo Laura surgiendo de la nada. "Aquí tienes tus llaves, ya puedes volver a casa. Era lo que querías, ¿no?" Un hilillo de sangre le caía por la frente. La peor parte se la había llevado Lorena, que yacía en el suelo, inconsciente. Linsai se nos acercó cojeando al oir la voz de Laura.
"No," le dije. "Ya tengo todo lo que quería. No voy a volver arriba."
Linsai se ha quedado con mi piso y con mis cosas. No creo que se haya quedado con Ana porque a él no le van las mujeres. Habrá llenado la casa de amigos chinos, de adornos horteras y se pasará las horas muertas viendo pelis mal grabadas o haciendo karaoke.
Laura, algunos fans y yo hemos decidido irnos de la ciudad. Por algún lado tiene que haber una frontera que cruzar y que nos lleve de vuelta al mundo del que proveníamos. No estamos enfermos y no queremos seguir viviendo en nuestra propia tumba. Quizás muramos en el intento, pero nadie nos podrá reprochar el no haberlo intentado. Lo único que tengo claro es que sólo la muerte podrá volver a separarme de mi arco. No quiero que mi abuelo tenga que volver a viajar hasta aquí para devolvérmelo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajaja, ¡absolutamente genial! Nos ha encantado. Conozco a más de uno que va a sentirse muy identificado mirando de reojo su Tomahawk. Muchísmas gracias Nati. Un beso enorme de los dos.

Anónimo dijo...

Pues muy bien, me ha gustado !! Maria