13 de enero de 2011

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Este es el capítulo 4

Pronto me quedó muy claro que había habido un antes y un después del accidente, como si éste hubiera partido mi vida en dos. De hecho, me dijeron que a la primera Eva era posible que nunca la llegara a conocer. A mi abuelo le encantaba hablarme de ella, de mi otro yo, como si creyera que a base de repetirme las mismas historias pudiera conseguir que volviéramos a ser una. No se cansaba de decirme que la joven había seguido sus pasos, decantándose por la física cuando había iniciado sus estudios universitarios. Me comentó con orgullo que al acabar la carrera, se había puesto a trabajar como investigadora en un instituto de renombre. Habían vivido bajo el mismo techo hasta que el viejo fue demasiado mayor como para dejarle solo en casa, sin que todo el barrio corriera peligro de quedar arrasado a causa de alguno de los experimentos que se empeñaba en seguir realizando desde su laboratorio de andar por casa. Finalmente, pudo la fría lógica y la otra decidió dejarle aparcado en aquella residencia, a donde le iba a visitar todos los domingos. Fue precisamente en uno de esos días de visita cuando sufrió el accidente de camino al geriátrico. La carretera que discurría por el bosque de pinos era estrecha y había muchas curvas, la visibilidad era escasa debido a la niebla, conducía demasiado rápido y la dichosa física acabó estampando el coche contra un árbol. El vehículo había quedado totalmente destrozado y pensaron que Eva había muerto. Sin embargo, cuando la sacaron de allí apenas tenía algún rasguño. Sólo más tarde se percataron de que había sufrido una pérdida de memoria aparentemente irreversible.
- Pero no te preocupes, - me dijo mi abuelo sonriendo. - Podrás volver al trabajo en cuanto salgas de aquí.
Porque si bien había olvidado cada minuto de mi vida previa al accidente, pronto descubrí que seguía siendo capaz de discutir durante horas sobre cosas tan absurdas como la teoría de las cuerdas o la mecánica de fluídos, cuyos más nimios detalles permanecían misteriosamente intactos en mi cabeza. Hubiera renunciado a todos aquellos conocimientos, para mí del todo inútiles, por tan sólo un recuerdo de la vida personal de la otra Eva. Aunque evidentemente eso no se lo dije nunca a mi abuelo, al que parecía hacerle tanta ilusión que su nieta compartiera su pasión por aquella ciencia.
- Se está alterando... - le dijo mi abuelo a Sofía, que se apresuró a meterme una pastilla verde en la boca.
Pilar decía que las pastillas verdes te hacían soñar con cosas agradables. Me hubiese gustado soñar que cumplía veintisiete años y que organizaba una gran fiesta a la que acudían montones de niños gordos acompañados por padres sin cabeza, pero no tuve esa suerte. Click.

2 comentarios:

dabid dijo...

Mmmm, yo iría a esa fiesta, con 7 años menos, más delgado y sin cabeza.
Esta claro que Eva no se ha olvidado de como organizar una buena fiesta.

Alex dijo...

Solo faltan 4 días para el siguienteeeeee!!! Bien!